domingo, julio 25, 2004

24 de julio de 2004. Sala Artépolis. Madrid.

Hay varias maneras de observar un escenario. Desde arriba o desde abajo. Vacío o lleno.
La primera vez que vimos el teatro de Artépolis desde abajo y sin público, nos gustó mucho y pensamos que resultaba ideal para nuestro espectáculo.
Cuando llegamos a las tablas, empezamos a montar la batería y el teclado y comprobamos que apenas quedaba hueco para el resto de músicos, arrugamos un poco el ceño. En el momento que subimos todos, vestidos de riguroso luto (como exige el guión de nuestro último montaje), con el calor de los focos y el único refresco de un ventilador colocado en un extremo, empezamos a ponerle peros al lugar. Las gotas de sudor corriendo desde la frente hasta las manos no son el mejor cómplice para la interpretación.
Tampoco los nervios. Nuestro debut cobrando entrada, en una sala, nueva en Madrid, pero que se está ganando un merecido prestigio gracias a sus exposiciones de calidad y a una programación más que interesante potenciaban esa inquietud. Además, presentábamos el nuevo montaje, Menéndez, con temas que no habíamos ensayado tanto como hubiera sido deseable. Por si fuera poco, el bajista se había cortado esa misma mañana la yema de un dedo imprescindible para trastear por su instrumento.
Para superar todos esos inconvenientes decidimos dar el golpe y sorprender al público. Y lo logramos. No daré detalles porque aún queda otra representación en la misma sala (en la que te espero si no estuviste el sábado) pero creo que nadie imaginaba lo que recibió. Así nos lo hicieron ver con sus comentarios, muestras de gratitud, aplausos, incluso petición de bises, algo que ni sospechábamos, pues suponíamos que después de aguantar el tremendo calor de la sala durante más de hora y media de actuación, la gente tendría ganas de largarse de allí cuanto antes a tomar una cerveza fresca. Pero no. Dimos la nota final y nadie se movió de sus asientos.
No nos podéis dejar así,  no os podéis marchar ahora, queremos más. Así que César regaló otra historia y los músicos ofrecimos la última melodía de la noche, empapados en sudor, pero con la alegría de haber satisfecho a nuestro público.