22 de septiembre de 2004. Sala Artépolis. Madrid.
Después de duras negociaciones y unas cuantas cervezas frente a la barra de la sala, el pianista consiguió cambiar el escenario previsto para nuestra representación y, en vez de tocar sobre las tablas del cine, acabamos sobre el Café-Teatro de Artépolis. Parece que no pero el público desprende más calor cuando tiene una copa delante y, en un momento dado, pueden acercar otra a los músicos. Lo malo de este espacio es precisamente eso, el espacio. La escena es tan pequeña que tuvimos que repartirnos los escasos metros de la tarima y a las cuerdas les tocó suelo.
Sin embargo, a pesar de esta extraña distribución, nos escuchábamos más o menos bien y logramos que los asistentes también lo hicieran y disfrutaran tanto como nosotros. Otra ventaja de este hueco es que allí no sólo acude quien va a ver a La Panda de Ray, sino que cualquiera que baja a tomar un trago te ve y, de paso, se queda. Sí, porque desde la tarima pude comprobar como todos los que bajaban despistados sin saber lo que se iban a encontrar decidían quedarse y disfrutar con el espectáculo de La Panda.
En esta ocasión decidimos probar una nueva fórmula consistente en alternar una gran historia como es nuestro clásico Stizzy con historias más pequeñas adornadas con nuevas canciones. De esta manera ofrecimos un aperitivo antes del plato fuerte y el público pudo quedar satisfecho, sin hambre ni empacho aunque durante las cervecitas de después, algún(a) que otro(a) desconocido(a) hasta entonces me comentó que le había sabido a muy poco y que no le hubieran importado unas cuantas historias más.
Tendrá que esperar al próximo miércoles porque volveremos el día 29 con nuevas aventuras. Así, si no tuviste ocasión de acercarte este día, tienes una nueva oportunidad. Te esperamos.
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