jueves, septiembre 30, 2004

29 de septiembre de 2004. Sala Artépolis. Madrid.

Habitualmente llegamos a la sala con el tiempo necesario para montar el tinglado con calma, probar sonido, tomar algo antes de la actuación y comenzar a tocar. Ayer empezó así pero, cuando estaba todo casi montado y preparado para la prueba, el batería (y autor de esta nota) se da cuenta que la bolsa para las baquetas ha quedado en casa, a unos veinte kilómetros del lugar de la actuación cuando apenas falta una hora para el estreno. Pude ver en la cara del guitarrista algo de pánico pero el narrador respiraba tranquilo "Sabía que lo solucionarías", me confesó después.
El cronómetro en contra comenzó a correr. Lo primero, un par de llamadas telefónicas para intentar recuperar la bolsa original pero teniendo en cuenta el tráfico de Madrid no podía arriesgarme a que llegaran a tiempo. Salí disparado de la sala y comencé un maratón urbano con parada en todas las estaciones musicales conocidas; las horas no se prestaban a encontrar tiendas abiertas por lo que encontré todas las verjas cerradas. Cada vez me alejaba más del lugar del concierto pero tenía que seguir intentándolo. Si algún residente en Madrid vio pasar anoche por el centro una bala roja, ese era yo en busca de unas baquetas. Gracias a unos clientes pesados pude colarme por la puerta a medio cerrar de la Unión Musical y hacerme con unas baquetas ("de esa marca no tenemos... no, tampoco de esa medida... no, con esa punta no nos quedan...") y con unas escobillas para salir del paso. Respiré tranquilo, tomé aliento y volví a la carrera a la sala donde me esperaban todos mis compañeros ya vestidos y preparados para la actuación. A los diez minutos llegó mi bolsa con las baquetas y comenzó el concierto.
Aunque no lleno, el local presentaba un muy buen ambiente y el público parecía dispuesto a disfrutar. Con cada narración quedaban en total silencio atentos a las palabras de César, que anoche se mostró especialmente inspirado. Quizá gracias a esta buena acogida de los espectadores.
Decidimos repetir la fórmula del miércoles anterior, es decir, pequeñas historias que sirvieran de aperitivo para la narración de las aventuras de Menéndez. Con estos cuentos, César consiguió emocionar al público. La música, siempre presente, aportaba el contrapunto necesario para los relatos.
Y comenzó Menéndez. El público permanecía espectante, disfrutando de las piezas musicales pero, en cierto modo, con ganas de que terminasen para seguir el desarrollo de la historia. Desde lo alto del escenario resulta curioso comprobar cómo cobran vida los cuentos y, desde el momento en que salen al aire se comportan de un modo u otro. Aunque esta misma historia la estrenamos en la misma sala dos meses antes, la fantástica acogida que recibió ayer permitió a César alcanzar una expresividad que nos sorprendió incluso al resto de músicos, que disfrutamos tanto como los que nos escucharon.
Nos han contado que una pareja llegó al local sin saber que actuábamos. Se pidieron unas cervezas y se les escuchó esta conversación:

Ella - Pero estos son muy buenos ¿no?
El - Sí. Suenan muy bien
Ella - ¿Quienes son?
El - Creo que se llaman la Panda de Ray.