8 de octubre de 2004. Centro Cultural. Rivas Vaciamadrid (Madrid)
Al fin y al cabo, no podemos ocultar que somos unos cuentistas, por eso no es extraño que nos invitaran a participar en los Viernes de Cuento que la Asociación de Cuentacuentos Jacaranda celebra la primeras semana de cada mes.
Jugábamos en casa y, aunque eso pudiera parecer una ventaja, a nosotros nos daba más nervios que tranquilidad porque pensábamos que la mayoría del público serían amigos que nos juzgarían con mayor rigor que los espectadores ajenos. Sin embargo nos equivocamos, ni la sala estaba llena sólo de conocidos ni el veredicto fue severo a pesar de que quizá lo mereciéramos...
Este concierto resultaba también importante para nosotros porque aquí estrenaríamos el flamante juego de voces que la sección de vientos se había comprado días antes. Si el equipo sonaba bien, seríamos totalmente autónomos y podríamos ir a tocar a cualquier lugar aunque careciesen de infraestructura técnica, de ahí las ganas de probarlo.
El espectáculo se dividía en dos partes claramente diferenciadas. En la primera, los componentes de Jacaranda y anfitriones de la velada interpetaron sus cuentos mientras que nosotros tocábamos una canción después de cada historia. En la segunda representamos nuestro montaje Menéndez.
No habíamos ensayado ni siquiera preparado la manera en que mezclaríamos nuestra música con los cuentos de Jacaranda; ni siquiera conocíamos el contenido de estos, de ahí que en esa primera parte nos mostrásemos algo fríos y cometiésemos algunos fallos en las interpretaciones. Sin embargo, cuando comenzamos nuestra historia la cosa cambió. César, saxo y narrador de La Panda se mostró especialmente brillante. Si creíamos que le resultaría difícil superar la narración del día anterior, en este escenario rodeado de cuentacuentos demostró que su capacidad expresiva no tiene límites. Que se metiera al público en el bolsillo no supone una novedad pero que volviera a conquistarnos a los músicos, que ya nos conocemos la historia, supone un auténtico mérito. A veces los aplausos interrumpían la historia y cargaban de energía a la banda para las interpretaciones musicales que se fueron superando en calided con cada tema.
Al finalizar, como el público estaba entusiasmado, César se sacó una historia del bolsillo y nos regaló a todos un precioso cuento cargado de fantasía. Su intención era ilustrar la recogida de los instrumentos como esa música que suena al finalizar una película mientras pasan los créditos pero tanto nos cautivó que permanecimos inmóviles esperando escuchar el final.
Después, como siempre, recoger a toda velocidad pero esta vez con un pequeño impedimento. Un entusiasmado fan de avanzada edad se empeñó en contratarnos para interpretar un repertorio de bailables por pueblos del levante español. Como le dijeramos que no hacíamos bailables, que nuestro espectáculo se componía de jazz y cuentos, él insistía que había bailado durante nuestra actuación, que le había encantado y que podríamos preparar un repertorio de jazz bailable para gente de la tercera edad. Si el bajista desenchufaba el cable, el anciano le seguía; si el guitarra guardaba una púa, el anciano le seguía; mientras el saxofonista limpiaba su instrumento, el anciano le seguía. Como el batería es siempre el que más tarda en recoger, los demás músicos se marcharon dejando al de las baquetas solo ante el peligro con lo que el tiempo de recogida se multiplicó por cuatro. Hasta se ofreció a cargar los tambores en el coche mientras seguía preguntando cuál sería su porcentaje de comisión por gestionar las actuaciones en Levante.
No sé cómo pero marchó y pudimos ir a remojar el éxito con cerveza.
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